EL ESPECTRO AUTISTA, UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL TRASTORNO

¿Qué se entiende por autismo?

A pesar de que la dificultad a otorgar una definición y naturaleza clara del concepto de autismo ha sido presente desde el inicio de su establecimiento como entidad psicopatológica, parece ser que los diferentes expertos que han dedicado sus trabajos al discernimiento de sus causas, síntomas y curso evolutivo ponen de manifiesto tres áreas de afectación como intrínsecas a este trastorno. Así, el autismo se ha entendido tradicionalmente como una patología del desarrollo (Trastornos Generalizados del Desarrollo) en la cual se encuentran menguadas las capacidades comunicativas, las de interacción social y simbólica con el entorno y, finalmente, una restricción de intereses y comportamientos estereotipados.

La manifestación de este conjunto de síntomas tiene que ser muy temprana, en los primeros 3 años de vida en la mayoría de los casos y usualmente se hace notar la presencia de un retraso mental significativo, aunque es cierto que el autismo se concibe como un cuadro muy heterogéneo y que su presentación varía enormemente en función de cada caso concreto. Otras conductas que pueden aparecer de forma conjunta con las tres principales, pueden ser acciones autolesivas, disminución acusada de la habilidad atencional, existencia de episodios epilépticos o dificultades en el control esfinteriano.

 

Evolución del concepto del autismo

Desde las iniciales propuestas de conceptualización del autismo expuestas por Leo Kanner y Hans Asperger en la década de los cuarenta del pasado siglo, la concepción del trastorno autista (TA) se ha visto matizada posteriormente en numerosas ocasiones. Debido a su naturaleza hacia las particularidades tan diversas que puede presentar, esta patología reviste una gravedad y una repercusión que se perpetúa en posteriores etapas de la vida que van más allá de la niñez. Así, en el DSM-III (1980), ya se observó la necesidad de incluir el TA dentro de los denominados Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD), sustituyendo la anterior categorización del TA como variedad de psicosis infantil. Esto se ha mantenido así hasta la versión revisada del DSM-IV publicada en 2003. En la actualidad, siguiendo las directrices de la nueva propuesta del Manual Estadístico de Trastornos Mentales DSM-V el autismo pierde su anterior inclusión en los TGD para incluirse en una taxonomía con un carácter más cualitativo y menos sistematizado cómo se entiende a los Trastornos del Espectro autista TEA. Así, a día de hoy se ha determinado que la valoración del autismo tiene que realizarse dentro de un continuum (el denominado espectro autista), donde se analizan las siguientes dimensiones para concretar la gravedad sintomatológica de forma particular:

  • 1. Trastorno (T.) cualitativo de la relación social
  • 2. T. de las capacidades de referencia conjunta
  • 3. T de las capacidades intersubjetives y mentalistas
  • 4. T. de las funciones comunicativas
  • 5. T. cualitativos del lenguaje expresivo
  • 6. T. cualitativos del lenguaje comprensivo
  • 7. T, de las competencias de anticipación
  • 8. T. de la flexibilidad metal y comportamental
  • 9. T. del sentido de la actividad propia
  • 10. T. de la imaginación y de las capacidades de ficción
  • 11. T. De imitación
  • 12. T. de la suspensión

Estas doce dimensiones pueden agruparse en tres grandes bloques de afectación del autismo: la interacción social, la comunicación y la restricción comportamental. Una de las novedades más importantes que incorpora la concepción del autismo según la Asociación Americana de Psiquiatría de 2013 es la de incluir bajo el mismo criterio diagnóstico las alteraciones corrrespondientes a las dos primeras áreas, a diferencia de lo que ocurría en clasificaciones anteriores donde los tres aspectos quedaban separados como criterios independientes.

De este modo, se propone que el sujeto tiene que manifestar una marcada dificultad en la comunicación verbal y no verbal, ausencia de reciprocidad social y dificultad para mantener relaciones con iguales (para el primer criterio relativo a la interacción social y la comunicación) y, por otro lado, tienen que observarse conductas estereotipadas motoras o verbales, comportamientos sensoriales inusuales, una adherencia excesiva a rutinas e intereses restringidos. En combinación con todo el anterior, para completar el diagnóstico se aplicará una especificación de intensidad sintomatológica (tipo 1 a 4, de mayor a menor gravedad respectivamente) en la cual se muestra claramente su nueva concepción más dimensional.

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La intervención en los TEA desde la vertiente psicopedagógica

La intervención en autismo de forma global presenta las siguientes objetivos principales: el énfasis a plantear hitos funcionales tanto para la etapa vital en la cual se encuentra como para etapas futuras; la determinación de un número razonable de objetivos a conseguir con el tratamiento en función del caso y sus características concretas; la realización de evaluaciones con carácter objetivo sobre la evolución de los sujetos; procurar proponer un número lo más variado posible de situaciones y contextos de acción, priorizar la estructuración de las sesiones de intervención dotándose de elementos de apoyo y ayuda, garantizar el trabajo con las familias y ofrecer una atención lo más individualizada posible al caso que se presenta.

Las áreas que deben contemplarse en cualquier intervención son las referentes a: las relaciones interpersonales (donde el objetivo inicial acontece establecer un en relación de tolerancia y trato correcto con el terapeuta), la comunicación (en el cual se busca prioritariamente la emisión espontánea de mensajes comunicativos por parte del niño), la atención y la imitación; la estructuración de las tareas que faciliten las capacidades de concentración y disminuyan la distracción, la motivación o las conductas interferentes.

Dentro de las orientaciones psicopedagógicas en la intervención en el TEA deben considerarse aspectos generales como “que, como y para qué” enseñar. En referencia a la primera cuestión, la finalidad central de los tratamientos psicopedagógicos en el autismo se encaminan a mejorar las habilidades comunicativas sociales y una mayor adaptación al medio. En cuanto al cómo, se ha podido observar una eficacia incrementada de las intervenciones en situaciones estructuradas. Finalmente, la tercera premisa pretende enfatizar la relevancia de conseguir la generalización de las habilidades aprendidas en diferentes situaciones, es decir, la funcionalidad de la capacidades interiorizadas.

Técnicas de intervención concretas:

Sobre las intervenciones más concretas a las tres áreas básicas donde los TEA presentan más déficits (social, comunicación y estereotipias) se destaca lo siguiente:

– Para trabajar las dificultades en las relaciones sociales se proponen estrategias conductuales en el entrenamiento de comportamientos sencillos, con instrucciones breves y claras, enseñadas de forma consistente y coherente y procurando situar este aprendizaje en situaciones estructuradas. Tiene que reforzarse positivamente todo logro por pequeño que sea y se recomienda la presentación de pistas visuales como recordatorio de las indicaciones propuestas. Los objetivos principales se orientan a la enseñanza de repertorios básicos de conducta, rutinas de autocuidado, dotar al sujeto de estrategias adaptativas como reacción a situaciones cambiantes, metodologías lúdicas o habilidades de cooperación social y de empatía, principalmente.

– En la mejora de la capacidad comunicativa pueden emplearse Sistemas Alternativos de Comunicación o Programas de Comunicación Total con el fin de potenciar el lenguaje expresivo relativo a demandas del niño, asimilación de conceptos de persona y de referencia, petición de información y conversación, capacidad abstracta y juego simbólico.

– En cuanto a las alteraciones conductuales deben priorizarse objetivos esenciales como evitar las autolesiones y el daño propio emocional, que estos comportamientos interfieran lo menos posible en el proceso educativo del alumno y una mayor capacidad de adaptación a contextos menos estructurados.

Finalmente, tiene que dedicarse una parte de la intervención a facilitar pautas y orientaciones familiares que permitan interiorizar los aprendizajes trabajados durante el tratamiento psicopedagógico por parte de los profesionales a cargo.

 

A modo de conclusión

En definitiva, el autismo sigue representando una nosologia psicopatológica grave, sobre la cual se considera que una definición y una intervención de carácter más cualitativo puede resultar más eficaz y útil que un abordae tradicional más orientado a aspectos cuantitativos. La detección temprana es un factor esencial para posibilitar un nivel de funcionalidad y autonomía cognitivo-conductual más favorable en el niño a lo largo de su desarrollo. En este sentido, hace falta un trabajo conjunto y coordinado entre las dos áreas principales socializadoras que rodean el niño: la familia y la escuela.

 

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