El papel de las emociones
En la Roma antigua ya se referían a la contención del exceso emocional con la palabra temperantia. El objetivo de esta templanza es el equilibrio y no la represión emocional. Así, cada sentimiento deviene importante y tiene su propio valor y significado. Por otra parte, el intento para evitar o inhibir las emociones puede comportar la aparición de embotamiento y apatía, mientras que su expresión descontrolada y excesiva puede terminar derivando en la aparición de cierta psicopatología (depresión, ansiedad aguda, etc.). Es decir, que ambos extremos perjudican la estabilidad del individuo. Aún así, este hecho no implica limitarse a la experimentación exclusiva de felicidad permanente. Lo que se pretende es llegar a la expresión de una adecuada proporción entre las emociones «agradables» y «desagradables», la cual permitirá lograr una sensación de bienestar individual.
Un dato destacable, a la vez que relevante, es la conclusión a la que han llegado numerosas investigaciones (cómo por ejemplo, Pérez Pérez, 2006), las cuales defienden que existe una independencia moderada-elevada entre los resultados de rendimiento académico o Coeficiente Intelectual (CI) y el desarrollo de una competencia adecuada en bienestar emocional. Es decir que una elevada capacidad cognitiva (capacidad memorística, vocabulario extenso, razonamiento deductivo, razonamiento matemático, orientación espacial, etc.) no implica necesariamente una buena competencia en la gestión de cuestiones más personales, como por ejemplo las relaciones de pareja, familiares, amistades, etc.
A la práctica, se ha podido evidenciar que la manifestación de sentimientos extremadamente intensa es muy poco frecuente, la mayoría de los individuos se mueve en una escala intermedia, por lo cual, la habilidad de poner en marcha estrategias de autocontrol emocional constituyen una capacidad fundamental y uno de los principales recursos psicológicos de que dispone cada cual.
Emociones y neuroanatomía
Anatómicamente, la estructura cerebral principal en el procesamiento emocional es la amígdala, la intensidad de la activación de la cual recae en el tipo de neurotransmisores que se liberan en el proceso de sinapsis neuronal. Ciertos neurotransmisores como la dopamina se asocian con la recompensa, mientras que otros como la serotonina se relacionan con funciones de inhibición de la actividad. La amígdala, una vez activada, puede transmitir la información de los neurotransmisores por dos vías diferentes. En función de qué circuito se ponga en marcha, la emoción se experimentará más o menos intensamente.
Un primer circuito, más corto y rápido une los órganos sensoriales, el tálamo y la amígdala. La otra opción, más extensa y lenta hace una parada en el córtex cerebral (el área más racional y cognitiva) entre el tálamo y la amígdala. En el primer caso, sin la acción del córtex, la emoción se produce de forma inmediata y el individuo lo experimenta sin atender a razonamientos lógicos o racionales, mientras que en el segundo caso la intervención de la zona cortical hace que la persona analice más cuidadosamente la situación y equilibrio la parte emocional con la racional y/o cognitiva. El circuito corto es el responsable, así, de la primera respuesta emocional, de la reacción inicial inevitable; la segunda vía es la que entra en juego en un momento posterior, la que guía nuestra conducta de forma más equilibrada.
Las gestión de las emociones básicas
La rabia
Biológicamente, se pueden diferenciar dos tipos de expresión de la rabia: una, más primitiva que implica la amígdala y otras estructuras subcorticales y, otra, más elaborada relacionada con estructuras del neocórtex cerebral.
La rabia parece una emoción difícil de controlar debido a que tiene una capacidad activadora, estimulante o euforizante, persuasiva y seductora. Un elemento clave deviene el análisis de los motivos que la causan. Es decir que la reflexión sobre la cadena de pensamientos hostiles que alimentan el enfado proporciona la forma de conseguir su interrupción. Usualmente, la conducta de “dar vueltas” a las causas de la ira, hacen que la persona encuentre más y mejores razones para continuar enfadado. El objetivo, es por lo tanto, poner en marcha el mecanismo que permite volver a encuadrar la situación en un marco más positivo.
La naturaleza de la manifestación de la ira se fundamenta en la percepción que experimenta el individuo de sentirse amenazado, tanto físicamente como psicológica o simbólica. La respuesta de expresión de rabia, a nivel anatómico, se produce a dos niveles: una descarga puntual y breve de catecolaminas (necesarias para dar una respuesta a la situación que motiva la ira) y otra descarga de activación promovida por la amígdala (más prolongada en el tiempo que circula por toda la rama adrenocortical). Esta última se caracteriza por ser un tipo de excitación generalizada que hace predisponer el cerebro emocional a la excitación, por lo cual, a esta persona le será más fácil volver a irritarse nuevamente. Parece ser que cada una de estas descargas se ve fortalecida a su vez por el impulso hormonal precedente, de tal forma que la segunda descarga tiene lugar antes de que la primera se haya extinguido. Si surge una tercera, esta última se suma a las dos anteriores, y así sucesivamente.
Existen, pues, dos posibilidades de intervención en el proceso de calmar esta emoción. En primer lugar, es útil enfocar toda la atención posible a determinar qué pensamientos son los desencadenantes. Esta evaluación permite ver que hay una descarga original y que el resto sólo tienen la función de retroalimentar la primera. Esta estrategia solo es adecuada utilizarla en situaciones de ira moderada debido a que la ira intensa provoca una incapacidad cognitiva donde es imposible razonar correctamente en un primer momento, puesto que se infravaloran los mensaje cognitivos mitigantes de la rabia.
Un segundo recurso es la distracción. Es sumamente eficaz para modificar el estado de ánimo debido a que deviene difícil continuar experimental rabia si la persona está disfrutando de una acción o actividad agradable. Una opción inicialmente válida es retirarse y alejarse de la situación motivadora de ira mientras la persona se calma. La práctica de ejercicio físico activo también puede contribuir a controlar el sentimiento de rabia.
La ansiedad
Según se ha podido comprobar, una vez iniciado, parece muy complejo detener el ciclo de la preocupación, aunque también es cierto que la reflexión constructiva respecto de un problema permite dar con una solución adecuada a la situación concreta.
Cuando el miedo o la preocupación activa el cerebro emocional, una parte de la ansiedad centra la atención en la amenaza, obligando a la mente a buscar obsesivamente una salida e ignorar el resto de aspectos. Así, la función de la preocupación consiste, por consecuencia, en una anticipación de los peligros que pueden presentarse y en la investigación de soluciones positivas de estos. La complicación surge cuando esta preocupación deviene crónica y el individuo se muestra rígido e impermeable a otro tipo de razonamiento sobre el acontecimiento en cuestión. El ciclo de la preocupación empieza con un relato interno que pasa de un tema a otro de manera ambigua y no suele incluir la representación imaginaria de la situación adversa concreta.
Una de las estrategias más útiles para cortar este círculo vicioso consiste a cambiar el foco de atención hacia otra temática que se relacione con la cuestión que motiva la preocupación. Aún así, este recurso no se encuentra fácilmente al alcance de todos los individuos puesto que, en muchos casos, las personas otorgan una función de recompensa parcial que acaba reforzando el hábito de preocuparse. Lo que se recompensa es el hecho que la preocupación constituye una forma de afrontamiento «responsable» ante las amenazas potenciales. En realidad, en lugar de buscar una posible solución en estos problemas potenciales, las personas aprensivas se limitan únicamente a dar vueltas de forma reiterada al peligro que tienen delante, profundizando en los pensamientos amenazantes, evitando la focalización en la búsqueda de una solución creativa del problema. Además, otro aspecto que favorece la preocupación es la manifestación de los pensamientos obsesivos, la cual impide que se preste atención a las sensaciones subjetivas de ansiedad (respuestas fisiológicas).
Cómo se indicaba anteriormente, ciertos procedimientos pueden facilitar la interrupción de la respuesta aprensiva: en primer lugar, es fundamental tomar conciencia de uno mismo y registrar el primer acceso de preocupación tan pronto como sea posible. La idea es enseñar a darse cuenta de los signos visibles de la manifestación de la ansiedad y, especialmente, identificar las situaciones, las imágenes y los pensamientos que derivan en el círculo cognitivo de la preocupación. A continuación, hay que adoptar una postura crítica ante las creencias que fundamentan la preocupación. En este punto, es útil preguntarse qué probabilidad hay que la preocupación se haga realidad, si es una situación irreversible y no existe ninguna otra opción que aceptarla, si hay alguna acción que se pueda llevar a cabo al respeto, qué utilidad para el propio bienestar tiene el hecho de dar vueltas a la misma cuestión, etc. Finalmente, la estrategia de la distracción puede ser muy eficaz, puesto que la actividad mental incompatible con la preocupación puede frenar y evitar la continuación del ciclo de cogniciones desadaptativas.
La tristeza
Como se comentaba al inicio, no es aconsejable evitar todo tipo de tristeza puesto que, de forma similar a lo que ocurre con otros estados de ánimo, esta también tiene facetas positivas o adaptativas. En una proporcionalidad adecuada, la tristeza deviene un refugio reflexivo ante las ocupaciones e hitos cotidianos, y es necesaria para dar una respuesta de duelo en momentos de pérdidas significativas. Aún así, si bien la tristeza es adaptativa, la depresión no lo es. Las manifestaciones de esta última se relacionan con sentimientos de anhedonia, culpabilidad, odio hacia uno mismo, hacia los otros, ansiedad y otros síntomas de alteración cognitiva como confusión, amnesia o déficits en la concentración.
De forma usual, en determinadas ocasiones, las personas adoptan una respuesta que a largo plazo resulta perjudicial, como es el aislamiento, puesto que este hace aumentar la sensación de soledad y desamparo. Una respuesta más eficaz consiste en realizar actividades agradables que reporten a la persona refuerzo positivo y bienestar emocional, como son especialmente las conductas de interacción social. De forma similar, el llanto puede parecer liberador, pero también comporta un efecto negativo si refuerza el ciclo de pensamientos obsesivos.
Uno de los aspectos determinantes de la duración y la intensidad de un estado depresivo es el grado de obsesión que manifiesta el individuo. Usualmente, las obsesiones no van encaminadas a efectuar una acción para solucionar el problema, solo retroalimentan los sentimientos de tristeza.
Dos estrategias se han mostrado eficaces al combatir las cogniciones depresivas. Una consiste en el afrontamiento de los pensamientos que conforman el núcleo de la obsesión, cuestionando su validez y considerando alternativas más positivas. Una segunda, se basa en seguir un programa de actividades agradables y reforzantes que faciliten la distracción cognitiva, como por ejemplo tomar un baño relajante, disfrutar de uno de los platos favoritos, escuchar música, hacerse o hacer a otras personas un regalo o proyectar y realizar una actividad que implique un éxito personal (como una actividad doméstica pendiente), etc.
A modo de conclusión
En definitiva, como se ha podido observar, conocer los mecanismos que activan las emociones principales y de qué manera se producen estos procesos facilita en gran medida el hecho de poder poner en marcha unas estrategias eficaces para lograr una autorregulación emocional satisfactoria y adaptativa.
Referencias bibliográficas
Goleman, D. (1995) Inteligencia emocional. Ed Kairós: Barcelona.
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Agradeceré mucho el que pudiera enviarme la información publicada ai correo.
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