¿CÓMO SOBREVIVIR COMO PADRES A LAS VACACIONES DEL CURSO ESCOLAR?

La época del año correspondiente a las vacaciones del curso escolar representa a veces un periodo complejo de gestionar para algunos padres en relación al tiempo compartido en familia. En ausencia de las obligaciones académicas son muchas las horas diarias en que ambas partes interaccionan y, por tanto, puede aumentar la probabilidad potencial de que surjan determinados conflictos educativos. Una aplicación de las siguientes estrategias comportamentales y de gestión emocional pueden servir de gran ayuda en este tipo de situaciones.

Estrategias Comportamentales: La Modificación de Conducta

En el aprendizaje y desarrollo del comportamiento humano, las técnicas de modificación de conducta basadas en el condicionamiento operante, han demostrado tradicionalmente un elevado nivel de eficacia hasta la actualidad. Así, una premisa que no debe perderse de vista como educador es que el tipo de consecuencia contingente que sigue a un determinado comportamiento va a propiciar que tal conducta vuelva a darse o a evitarse en un futuro. De tal modo que si tras una acción adecuada el sujeto recibe una consecuencia agradable (una recompensa o refuerzo positivo) ese comportamiento va a tender a repetirse con frecuencia, mientras que si tal acción va seguida de una consecuencia aversiva, la conducta acabará por extinguirse (castigo o refuerzo negativo). Los estudios demuestran que la administración de una recompensa tras un comportamiento adiente resulta mucho más poderosa para interiorizar un aprendizaje que la aplicación de un castigo. La eficacia de este tipo de técnicas está sujeta a una serie de principios fundamentales:

1. La consistencia en la administración de las consecuencias: toda conducta debe estar asociada en todos los casos a una consecuencia, por lo que no resulta recomendable recompensar o penalizar una misma conducta unas veces sí y no otras. El pequeño necesita saber en qué marco de referencia comportamental regirse, por lo que este marco deberá ser lo más estable posible. Así, el niño entenderá que siempre que realice la conducta X (no recoger los juguetes, por ejemplo), inevitablemente le seguirá una consecuencia Y determinada (retirar la posibilidad de jugar con la tablet).

 

2. La coherencia en la administración de consecuencias: uno de los principales problemas que limita la eficacia de las técnicas de modificación de conducta deviene el hecho de dejar de administrar una consecuencia previamente acordada debido a la reacción agresiva o de intenso malestar del pequeño (la conocida «rabieta»). Cuando un niño emite una rabieta se recomienda mantener la determinación inicial sin ceder ante su protesta. Cuando un educador cede, el aprendizaje que trasmite al pequeño es «puedes recurrir al llanto o a la respuesta agresiva para lograr tus objetivos». Por otra parte, en el caso de las penalizaciones, estas deben ser acordes a la gravedad de la conducta inadecuada realizada y deben tener relación entre sí. Por ejemplo, si el niño ha deteriorado un objeto o un espacio del hogar de forma voluntaria, una consecuencia proporcionada podría ser restaurar o reponer aquello que ha estropeado en lugar de retirar la videoconsola.

 

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3. El tiempo transcurrido entre la ejecución del comportamiento y la administración de la consecuencia debe ser escaso: para lograr una mayor eficacia se recomienda fortalecer la asociación entre la primera y la segunda en un periodo corto de tiempo. Así, tras el suspenso de diversas asignaturas en el primer trimestre derivadas de un insuficiente esfuerzo académico no debe penalizarse con la retirada de las vacaciones estivales, por ejemplo.

 

4. El acompañamiento y la explicación empática de las consecuencias aplicadas: la modificación de conducta implica la aplicación disciplinada y firme de su técnica pero conviene administrarla con una explicación asertiva, empática y calmada por parte del educador del motivo por el cual se va a aplicar tal sanción. Por ello, no se trata exclusivamente de “recompensar y castigar”, si no que el se recomienda hacer entender al pequeño la causa por la cual se ha derivado tal situación a fin de que pueda extraer un aprendizaje de cara a un momento futuro. Quedan desacreditadas así, las amenazas o las críticas emitidas con un estilo autoritario y alejado de la comprensión. Un aspecto fundamental que debe tenerse siempre en consideración es que una gran proporción de los aprendizajes se producen también por observación, según las teorías del Aprendizaje Observacional de Albert Bandura, por lo cual el comportamiento expresado por el educador debe servir como un referente positivo para el niño, es decir, un modelo adecuado de conducta a imitar.

 

5. Los reforzadores pueden ser materiales, sociales o de actividad: en contra de lo que pueda pensarse de forma superficial, el tipo de reforzador más eficaz deviene aquel que no implica un premio material. Por ello, los reforzadores sociales (una sonrisa, una felicitación, un gesto de afecto determinado, etc.) o los de actividad (realizar una salida en familia, por ejemplo) poseen mucho más poder y significación emocional para el niño.

Otro tipo de estrategias muy eficaces dentro de este grupo de técnicas son las denominadas estrategias basadas en contingencias. En este caso se toman los principios del condicionamiento operante (la recompensa y la penalización) y se establece un sistema de puntos semanales (por ejemplo), los cuales se asignan y se canjean en función de cada comportamiento emitido. Así, cada semana se comienza de cero y se da la oportunidad de conseguir un nuevo número de puntos independiente al anterior recuento. Dichos puntos representan un valor en premios o reforzadores, o también en castigos, previamente establecidos (más/menos tiempo de juego, realización o suspensión de actividades de ocio, etc.).

 

Estrategias Emocionales: Resolución de Conflictos y Entrenamiento en Inteligencia Emocional

Dos de las técnicas más eficaces y más útiles en el aprendizaje de la gestión emocional hacen referencia a enseñar a los pequeños cómo deben afrontar de forma asertiva las potenciales situaciones cotidianas que pueden producirse en los diversos ambientes de interacción. De forma análoga a la idea inicialmente propuesta por los autores D’Zurilla y Goldfried sobre el Modelo de Solución de Problemas (1971) de amplio consenso sobre su efectividad en intervención psicológica, en el colectivo infantil pueden trabajarse de forma conjunta actividades como “El Semáforo” o “La Rueda de Solución de Conflictos”. Ambas estrategias están orientadas a potenciar el autocontrol conductual y emocional enfatizando la importancia de no emitir reacciones impulsivas e inmediatas cuando se da una situación que produce una emoción desagradable intensa como puede ser la rabia, el miedo o la tristeza, entre otras. Así, el niño desarrolla la capacidad de analizar el acontecimiento que se le presenta delante de forma más reflexiva seleccionando entre todas las posibles alternativas de afrontamiento aquella que sea más eficiente para tal situación concreta. A su vez, estas técnicas dotan al niño de la posibilidad de fomentar una mayor autonomía y autocompetencia, lo cual favorece su autoestima, al verse capaz de afrontar por sí mismo cualquier tipo de conflicto.

En “El Semáforo”, se toma como analogía el funcionamiento de un semáforo al uso, en el cual se asignan a las diversas luces que lo conforman las siguientes fases de comportamiento:

– Rojo: STOP. Detener toda acción que se está llevando a cabo de forma súbita (pelea, grito, pataleta…)

– Amarillo: PRECAUCIÓN. Analizar detenidamente que está ocurriendo en la situación potencialmente problemática y pensar distintas opciones para poner en marcha a modo de afrontamiento.

– Verde: ACCIÓN. Una vez escogida la alternativa más eficaz, el niño emite su respuesta y actúa ante tal situación.

“La Rueda de Solución de Conflictos” consiste en una ruleta que consta de una serie de casillas (a mayor edad del niño, mayor número de casillas) que reflejan las distintas opciones que pueden aplicarse ante un problema determinado. Las más usuales son: alejarse del lugar del conflicto, hablar con la/s persona/s implicada/s, contar hasta diez y respirar profundamente cinco veces, disculparse, pedir ayuda, distraerse realizando otra actividad, exigir que la otra persona se detenga de forma asertiva, etc. Una actividad interesante para aplicar esta técnica puede resultar elegir dos o tres opciones entre las propuestas anteriormente y puntuarlas en función de su eficacia, dificultad o interés en su aplicación para la situación en cuestión. Posteriormente, se pone en práctica la que haya obtenido mayor puntuación y, por último, se realiza una valoración del resultado obtenido una vez finalizado el afrontamiento del problema afrontado.

 

FUENTES DE INFORMACIÓN

– Méndez, J y Olivares, X. (2010) Técnicas de Modificación de Conducta (6a edición). Ed: Biblioteca Nueva: Madrid.

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