¿QUÉ SON LOS MIEDOS EVOLUTIVOS?
El miedo es una emoción instintiva que posee una función adaptativa de preservación de la propia vida. Gracias a este sentimiento, el ser humano puede prepararse emocionalmente ante situaciones que entrañan un peligro o un potencial conflicto a resolver. El miedo deviene, por tanto, un conjunto de reacciones necesarias para la adquisición de un desarrollo adecuado en el individuo. Así, de forma totalmente natural, durante la maduración infantil se experimentan diversos tipos de miedos cuya temática se va modificando y superando a medida que la edad del pequeño va aumentando. Este tipo de fenómenos se conocen como miedos evolutivos. A diferencia de estos, los miedos problemáticos (no evolutivos) son aquellos que generan una respuesta desproporcionda de ansiedad en ausencia de un peligro real y suelen provocar una percepción sobredimensionada sobre las posibles conscuencias asociadas al temor en cuestión.
COMPLICACIONES EN LA GESTIÓN DE LOS MIEDOS EVOLUTIVOS
A pesar de que, como padres o educadores, pueda resultar complejo tolerar y aceptar con normalidad el malestar que este tipo de emociones provoca en el niño, el aspecto verdaderamente relevante reside en determinar si existe una correspondencia entre la edad cronológica del pequeño y el miedo evolutivo manifestado. En caso negativo, este hecho puede sugerir un enquistamiento de tales temores y, por consiguiente, la hipotética aparición de afectaciones como: alteraciones en el desarrollo cognitivo-emocional, la presencia de un tipo de psicopatología significativa ansioso-depresiva, trastornos de conducta, dificultades significativas en la resolución de conflictos interpersonales, alteraciones en los hábitos de ingesta o sueño, etc. Aunque en determinadas ocasiones puede resultar complejo discernir si un miedo es evolutivo o problemático, otros aspectos como el malestar experimentado por el pequeño, el grado de interferencia en sus áreas de interacción (familia, escuela, relaciones sociales) o la naturaleza del objeto del miedo, pueden ser útiles para aclarar el origen del mismo.
Entre los posibles motivos que pueden dificultar la superación adecuada de los miedos evolutivos se encuentran: la trasmisión de patrones de conducta basados en la inseguridad por parte de los padres y/o educadores hacia el niño, la patologización de la experiencia del miedo evolutivo (hacer creer al hijo que se trata de algo grave y problemático en sí mismo), abordar el tema de forma encubierta, la sobreprotección parental, la vivencia de experiencias traumáticas, la generación de procesos de condicionamiento sobre el objeto de miedo, etc.
MIEDOS EVOLUTIVOS SEGÚN LA EDAD
A continuación se expone un listado de los miedos evolutivos clasificados en función de la edad cronológica infantil aproximada a la que corresponden:
0-2 años: los temores intensos se relacionan con ruidos fuertes, personas desconocidas, lugares elevados o debido a una intensa manifestación de ansiedad por separación de las figuras de apego principales.
2-6 años: son centrales los miedos a fantasmas, monstruos y otros seres fantásticos, animales percibidos como peligrosos, la oscuridad o a asistir a la escuela.
6-8 años: los miedos fantásticos se van eliminando para dar paso a otras temáticas de mayor realismo como los accidentes de tráfico, los fenómenos climatológicos, los médicos o las heridas.
8-11 años: los temores se centran en la muerte y en temáticas más sociales como el abandono por parte de personas significativas (incluyendo el divorcio parental), la percepción de fracaso, las críticas ante la propia imagen o ante la propia competencia académica.
Adolescencia: se intensifican los miedos de la etapa anterior relativos a las relaciones sociales y al concepto que los demás poseen de su persona.
RECOMENDACIONES DE INTERVENCIÓN PARENTAL
Existen una serie de indicaciones a aplicar por los progenitores en el contexto familiar que pueden ayudar al pequeño a superar de forma adaptativa cada una de estas fases:
a – Mostrarse comprensivos ante tal experiencia, huyendo tanto de una actitud crítica como de comportamientos que sean percibidos como menosprecio o ridiculización ante su malestar. Vivir la experiencia de forma calmada sin mostrar excesiva angustia ante el niño y la situación.
b – Facilitarle apoyo, ayudarle a analizar y reflexionar sobre el origen y desarrollo de esos miedos. Realizar un cuestionamiento de ideas irracionales relativas a dichos temores y ofrecerle un punto de vista más realista, animándole a considerar el miedo como un reto a superar.
c – Ayudarle y acompañarle en exposiciones graduales al objeto que genera la respuesta de miedo y dialogar con él en un análisis posterior sobre las sensaciones que ha tenido durante el afrontamiento. Es importante reforzar su valentía y sus progresos. No es recomendable forzar al pequeño a afrontar los miedos de forma abrupta, puesto que este hecho empeorará la sintomatología de malestar.
d – Ser un modelo de referencia como educadores, mostrándole que los adultos también poseen temores que les pueden generan malestar y que existen maneras de afrontarlos de forma adecuada.
e – Realizar una consulta profesional a un psicólogo infantil en caso de observar una evolución desfavorable de las fases indicadas, a fin de que se pueda prevenir la aparición de una sintomatología más incapacitante como un trastorno de ansiedad (fobia, por ejemplo).