NACIONALISMO Y GESTIÓN EMOCIONAL

Estas dos últimas semanas he podido comprobar cómo la situación política en Cataluña está interfiriendo emocionalmente de forma significativa en el ciudadano de a pie. Tanto en el círculo personal como profesional en el que me circunscribo he observado actitudes, comportamientos, reacciones, pensamientos y sentimientos verbalizados que reflejan sustancialmente de qué manera la cuestión nacionalista está consiguiendo hacer merma en el estado psicológico de las personas. Así, el incremento en la dificultad para gestionar las propias emociones (y también las ajenas) de la que estoy siendo testigo, ha derivado en la necesidad de elaborar la siguiente reflexión.
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EL NACIONALISMO COMO SENTIMIENTO
A mi modo de ver, un síntoma claro de que la situación política actual está «fuera de control» es el hecho de que un número considerable de personas con las que he podido conversar recientemente han experimentado numerosas disputas, discusiones acaloradas o incluso el alejamiento (o deterioro) en sus relaciones sociales. Es cierto que el tema de la política ha despertado tradicionalmente infinidad de debates y discrepancias de opinión en todo tipo de ambientes, formales e informales. Sin embargo, parece que la situación que está teniendo lugar en el presente ha pasado de regirse por una discrepancia relativamente contenida a estar basada en tensión, crispación, intolerancia y ausencia de respeto o aceptación ante la diferencia de criterio entre las partes implicadas.
Según la RAE, el nacionalismo se define como un «sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia». He aquí donde se encuentra uno de los puntos relevantes: el nacionalismo, como sentimiento, no posee una base claramente racional o lógica, sino que se encuentra más relacionado con el terreno de las emociones, de lo instintivo. Los sentimientos, al igual que las emociones, se encuentran vinculadas al sistema límbico, por lo que presentan también características como la automaticidad, la espontaneidad, etc. Aunque es cierto que los sentimientos incluyen una valoración consciente de la experiencia de la emoción concreta, devienen a fin de cuentas un tipo de predisposición incontrolable que inicialmente no está vinculada a aspectos reflexivos, racionales o lógicos. Así, como el resto de las muestras emocionales, el sentimiento nacionalista también deviene un fenómeno objeto de análisis y gestión psicológica.
GESTIÓN EMOCIONAL DEL «NACIONALISMO»: AUTORREGULACIÓN Y ACEPTACIÓN
Considerando lo anterior y siguiendo uno de los principios básicos de la inteligencia emocional, un aspecto clave es llevar a la conciencia el carácter no-racional de las propias emociones (y sentimientos) y aprender a gestionarlas adecuadamente, de forma que pueda evitarse el hecho de dejarse llevar por ellas al emitir reacciones irreflexivas y desmesuradas. Se trata, entonces, de encontrar el equilibrio entre ambas vertientes (la racional y la emocional) de forma que permita conservar la serenidad, la calma y, por ende, conducirse conductualmente de acuerdo a estos principios psicológicamente más adaptativos. Sobre la cuestión abordada en este texto, por tanto, el aspecto problemático no recae tanto en el hecho de poseer un sentimiento nacionalista en sí mismo, sino en el modo en que se trasmite externamente este valor.
A nivel práctico la anterior explicación podría traducirse en adoptar un funcionamiento basado en dos premisas básicas: la autorregulación y la aceptación. Ambas poseen una misma finalidad y es no dejarse «contaminar» por el estado tóxico (desequilibrado) emocional ajeno. Así, ante la observación de comportamientos y/o verbalizaciones irracionales, emocionalmente no autorreguladas y realizadas desde el razonamiento no lógico, actitudes agresivas o alejadas del equilibrio indicado anteriormente, no resulta en absoluto recomendable caer en el mismo error en el que se encuentra incurriendo el individuo que está manifestando tal tipo de comportamiento. El hecho de aceptar de forma respetuosa su criterio, aunque expresando la propia discordancia de manera firme y asertiva, podrá facilitar la consecución de este objetivo. La aceptación implica además, tanto asimilar como un fenómeno natural la idea de que la forma de pensar o de actuar de los demás no tiene por qué coincidir con la propia en todos los casos (visión empática) como de que uno mismo no debe sentirse culpable o responsable por dicha causa. En definitiva, uno mismo debe responsabilizarse exclusivamente de su propio hacer y no del ajeno.
A modo de conclusión, podría decirse que una mayor práctica de reflexión y autoobservación, si cabe, supondría un útil antídoto emocional a las vivencias perjudiciales que del conflicto soberanista actual se están derivando. Dicho contexto parece un poderoso potencial desencadenante de una desestabilización emocional significativa; en manos de cada uno recae la capacidad de poder abordarlo de forma más consciente y eficaz.

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