Aunque la concepción sobre recibir asistencia psicológica se ha ido normalizando socialmente, aún existen algunos prejuicios y algunas ideas erróneas sobre lo que realmente implica hacer terapia psicológica. Si bien es cierto que existen muy diversas corrientes psicológicas a las que cada profesional se encuentra adherido (y por tanto, que configuran cómo va a desarrollarse el formato de la intervención con el paciente) y que, por otra parte, cada psicólogo puede aportar una metodología particular a la hora de ofrecer sus servicios, existen una serie de puntos esenciales en el desarrollo del trabajo terapéutico con el paciente y que hacen más probable la consecución de un éxito tras la intervención.
Los siguientes aspectos pueden ayudar a entender mejor «qué implica» o «para qué sirve ir al psicólogo» según mi propia perspectiva, la cual he ido elaborando durante mi trayectoria profesional siguiendo las directrices de la denominada corriente cognitivo-conductual. Así, lo que intento transmitir a las personas que atiendo en consulta, se resume en las siguientes ideas:
1. Al psicólogo no sólo van personas con psicopatología grave. En determinadas ocasiones, podemos presentar determinadas dificultades para afrontar eventos vitales complejos o simplemente no nos acabamos de sentir satisfechos con el tipo de vida que llevamos. A veces, necesitamos una pequeña guía o acompañamiento para conocernos más a nosotros mismos y delimitar qué objetivos queremos conseguir en las diferentes áreas vitales. Todas estas situaciones también pueden ser un motivo de consulta de peso. Al fin y al cabo, el psicólogo trabaja con el paciente para acercarse a un mayor bienestar emocional, implique lo que implique en cada caso particular.
2. Hacer terapia no consiste en aconsejar. Una de las claves que diferencia un psicólogo de un amigo o familiar recae en el hecho de el primero ofrece distintas perspectivas de cómo afrontar las situaciones abordadas en terapia, intentando promover el análisis de los pros y los contras de cada una de ellas para que sea el propio paciente quien opta por una alternativa u otra. Uno de los objetivos finales es que el paciente se responsabilice de sus creencias, sentimientos y acciones.
3. El vínculo terapeuta-paciente es esencial para favorecer un mejor resultado terapéutico. Contrariamente a lo que pueda pensarse, el factor relativo a la relación que se establece entre ambas partes tiene mucho más peso que, por ejemplo, el tipo de técnica teórica abordada en la intervención. Cuando esta alianza es positiva, el paciente se encuentra mucho más receptivo a la hora de aplicar todo lo trabajado durante las sesiones y además, permite que este pueda expresarse de forma más abierta y sincera con el psicólogo. Por ello, el espacio de terapia debe ser percibido como liberador, sin críticas o juicios sobre las actuaciones o reflexiones expresadas por el paciente.
4. El cambio psicológico requiere su tiempo y conlleva esfuerzo y compromiso constantes. De forma general, al principio es más asequible trabajar pequeños cambios a nivel más comportamental que van interiorizándose cómo nuevas maneras de hacer habituales. A partir de ese momento, puede llegar la modificación de actitudes o formas de interpretar las situaciones vitales (atendiendo al nuevo repertorio conductual adoptado) y ello finalmente, deriva en consolidar un nuevo funcionamiento psicológico general más adaptativo. Además, otro aspecto esencial es el logro del mantenimiento de los avances conseguidos, lo cual implica la necesidad de dedicar una fase de la intervención a este propósito a fin de intentar prevenir futuras recaídas.
5. La indicación y realización de tareas entre sesiones facilita resultados terapéuticos más rápidamente. Un aspecto clave que favorece el éxito de la intervención reside en el seguimiento de estas tareas, donde se aplica a nivel práctico lo abordado en la sesión. Para ello, los registro suelen ser de gran ayuda, ya que deviene una gran herramienta para hacer consciente y observable todos los aspectos cotidianos que pueden pasar desapercibidos, y que, por tanto, resultan más difícilmente modificables. Una idea fundamental es interiorizar la relevancia de llevar a la consciencia todos aquellos automatismos (pensamientos, emociones, conductas) a fin de poder trabajarlos y analizarlos adecuadamente.
6. Algunas sesiones pueden resultar complejas y perturbadoras emocionalmente. A medida que se va profundizando en la problemática pueden aparecer aspectos vitales o relativos a la propia persona ansiógenos, desagradables o desestabilizantes. El hecho de hacer consciente este tipo de fenómenos puede derivar en la sensación de desasosiego y malestar a corto plazo. Aún así, indudablemente, este paso es fundamental para poder aprender a afrontar dichos eventos de forma activa de tal forma que disminuya su interferencia psicológica de forma más general, en el largo plazo. En definitiva, en terapia «se remueven» ciertos aspectos que no han sido gestionados de forma adaptativa y se intentan reubicar acorde al nuevo funcionamiento del paciente de manera más efectiva.
7. De forma mayoritaria, uno de los objetivos de la terapia suele ser aprender recursos y estrategias que nos permitan afrontar situaciones difíciles a tres niveles: cognitivo, emocional y conductual. Para nada se trata de pretender estar feliz y alegre en todo momento o que ningún acontecimiento nos afecte psicológicamente. Todo ello no es ni posible ni tampoco beneficioso. Aprender que inevitablemente vamos a encontrarnos con situaciones que van a provocarnos malestar, es un punto previo principal. Sin embargo, la finalidad de la terapia se centra más en determinar qué hacer con dicho malestar para no dejarnos llevar por él.
8. Considerando que un elemento central de la terapia es conseguir alcanzar un nivel adecuado en el bienestar del paciente, es este mismo quien debe responsabilizarse activamente de conseguir tal meta, así como de empezar a adoptar una filosofía basada en priorizarse por delante de otros factores externos y convencerse de que el cambio y el trabajo psicológico que está realizando lo hace por sí mismo, no por otros motivos extrínsecos.
A modo de conclusión, espero que la lectura de este texto haya podido ser de utilidad para entender de forma mas realista la función de la terapia, así como los múltiples beneficios que puede aportar recibir este tipo de asistencia tanto en el nivel personal (individual), como en la naturaleza de nuestras relaciones con los demás y con todo aquello que nos sucede cotidianamente. Percibir que alguna área vital no está funcionando de forma satisfactoria puede ser un claro síntoma de que quizá necesitemos valorar la opción de pedir ayuda e iniciar un trabajo terapéutico.