SER IMPERFECTX Y FELIZ: ¿ES POSIBLE?

En el momento social en el que nos encontramos actualmente parece haber un colectivo de personas que, aparentemente, son perfectas: poseen un físico envidiable sin necesidad de hacer dieta, su nivel de salud física y vitalidad es excelente, tienen tiempo para ejercer todas sus obligaciones (hogar, trabajo, etc.) y aún así también disponen de huecos para otras actividades de ocio sin que se les agote la energía, siempre van súper bien vestidas y arregladas, como un pincel. Este tipo de personas comparten su día a día en las redes sociales de manera contínua, ofreciendo la imagen de estrella de Hollywood… A priori, parecen tener vidas perfectas y mantenerse en un estado de permanente felicidad. ¿Resulta familiar?

En el siguiente artículo reflexionamos sobre este fenómeno, intentando darle una perspectiva realista que nos ayude a analizar que hay de veracidad en todo ello y así, quizás, concluir que el hecho de no cumplir con este patrón y ser feliz no sean aspectos incompatibles.

 

¿Existen realmente las personas perfectas?

Quien me conoce personalmente sabe que suelo adoptar una postura crítica con el concepto de perfección. Máxime si se considera que la sociedad en la que vivimos actualmente, está intentando vendernos la idea de que tal constructo existe y de que todxs podemos alcanzarlo (solo) si nos esforzamos. Promoviendo valores como la competitividad entre los individuos, la necesidad de éxito, el individualismo, etc., la población está tendiendo en exceso -y convirtiendo en una obligación- el demostrar continuamente a los demás que tiene y hace siempre «lo mejor». Por contra, las inquietudes, las preocupaciones, las inseguridades u otros aspectos asociados supuestamente -e injustamente- a la infelicidad o el fracaso tienden a esconderse socialmente. Por ello, un sesgo cognitivo en el que a veces solemos caer consiste en valorar como maravillosas las vidas de los demás, cuando realmente y muy probablemente también quienes nos rodean experimentan adversidades, temores o situaciones problemáticas.

Además, no sólo tendemos a demostrar insaciablemente nuestro propio éxito en el ámbito cualitativo -«lo mejor», como se indicaba anteriormente-, sino también a nivel cuantitativo. Otra de las particularidades del momento social en el que nos encontramos, es el aumento en el establecimiento de metas y objetivos vitales respecto de generaciones anteriores. Tal es este hecho que debemos tener un trabajo espléndido en el que se respire un ambiente zen permanente y que nos aporte un salario muy elevado; debemos tener una relación de pareja de película y unos hijxs modelo, los cuales obtengan unas valoraciones académicas excelentes y que además sean los número uno en todas las actividades extraescolares que realizan; debemos viajar constantemente a la otra punta del mundo; debemos tener una vida de ocio y una agenda social cargada de eventos y cenas con las amistades; debemos vestir con la última tendencia en moda; debemos tener el coche -el teléfono móvil, el bolso, los zapatos- más caro; debemos estar al cabo de la calle de todas las noticias de actualidad -las de interés general y las que no lo son tanto-; debemos reflejar una imagen de seguridad, alegría y calma sin flaquear ni un solo instante… Una locura.

Así, tendemos a abarcar más -demasiado- de lo que en determinadas ocasiones podemos manejar. Ante la imposibilidad de conseguir tal hito, como consecuencia, acabamos sientiendo con mayor frecuencia una sensación de frustración y de fracaso. Ambas no pueden entenderse como sinónimas puesto que la primera de manera puntual y bien gestionada es adaptativa; la segunda posee una connotación de etiquetaje absolutista e irracional poco beneficiosa. Es decir, es natural sentirse frustrado por no haber conseguido algo que deseamos, aunque debamos aceptar y asumir tal frustración. Por contra, no es natural sentirse fracasado cuando no se alcanza un objetivo concreto; el fracaso se refiere a fenómenos más globales y generales.

Establecer expectativas elevadas se relaciona inevitablemente con el fenómeno de la perfección, puesto que la dificultad en adaptar dichas aspiraciones a las circunstancias vitales cambiantes, pueden estar asociadas estrechamente a un tipo de razonamiento cognitivo rígido e inflexible -como ocurre en la idea de perfección-. En definitiva, parece que la idea de necesitar triunfar en todos los aspectos vitales no nos beneficia emocionalmente, sino todo lo contrario.

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El propio boicot: las distorsiones cognitivas

Cabe señalar que un volumen considerable de este funcionamiento cognitivo basado en la auto-exigencia o las presiones que nosotros mismos nos generamos, devienen como la propia expresión lo indica, fenómenos auto-impuestos. Este tipo de ideas son elaboradas artificialmente por nosotros mismos cuando basamos nuestro sistema de creencias en un conjunto de sesgos que se denominan distorsiones cognitivas. Las más frecuentes son las siguientes:

  • Anticipar el futuro: dar por válida una situación que aún no ha ocurrido, usualmente  en clave pesimista, de la que no se tienen evidencias que la justifiquen.
  • Pensamiento dicotómico: realizar valoraciones extremas, sin tener en cuenta los matices intermedios.
  • Generalización: a partir de un evento puntual, extraer una conclusión general validada para todas las situaciones.
  • Razonamiento emocional: valorar las situaciones basándo las conclusiones en aspectos emocionales, en lugar de racionales.
  • Abstracción selectiva o filtraje: atender solo a los aspectos negativos de un evento, sin considerar los aspectos positivos o neutros del mismo.
  • Los «deberías» y los «tengo que»: auto-mensajes dirijidos a uno mismo en clave recriminatoria, crítica y exigente.
  • Automensajes de automenosprecio: valoraciones como «no puedo», «para mí es imposible», «no lo voy a conseguir nunca» etc., efectuadas de antemano ante una determinada iniciativa.

 

La imperfección y la felicidad son compatibles

Respecto del concepto felicidad, existe también una creencia que cabe desmitificar, cuya asunción se vincula estrechamente con los valores sociales que nos rodean y que se han expuesto líneas arriba: la felicidad no es un fenómeno permanente, invariable o estable. La felicidad, por el contrario es una sensación  momentánea que se transforma cuando se van alcanzando metas personales. Estas metas pueden ser cotidianas y sencillas como darse un baño de espuma al llegar a casa, como trascendentales, por ejemplo graduarse en la universidad. Ambas nos aportan felicidad, quizá difiriendo a nivel cuantitativo pero no tanto a nivel cualitativo.

Por otra parte, si bien es cierto que los estudios demuestran que existen tres fuentes principales de felicidad (las experiencias satisfactorias vividas, la práctica coherente de valores éticos y morales en los que creemos y la realización de actividades que nos satisfacen), también es cierto que la sensación de felicidad es un fenómeno relativamente particular, por tanto, no a todas las personas se nos genera ese estado de bienestar personal exactamente por las mismas causas y en la misma proporción. Por ejemplo, para algunxs la felicidad puede obtenerse formando una familia y para otrxs puede alcanzarse mediante una vida nómada viajando por el mundo.

 

El equilibrio en el planteamiento de aspiraciones personales

Es cierto que la consecución de un objetivo conlleva intrínsecamente el planteamiento de otros distintos. La motivación e ilusión generadas ante la idea de un éxito futuro son las que mayoritariamente parecen conformar el estado de felicidad en la sociedad occidental. Por lo visto, se da mayor relevancia al proceso durante el cual se está luchando por tal meta, que la que se le otorga a la meta consolidada en sí. Quizás, parecería recomendable  y más beneficioso encontrar un equilibrio entre la satisfacción generada al perseguir nuevos proyectos y la experimentada cuando tales metas llegan a hacerse realidad. Así, parece necesario aprender a valorar positivamente lo que hemos conseguido de la misma manera -o más incluso- que aquello que se anhela o no se posee aún.

Lo expuesto parece indicar que puede resultar recomendable limitar la relevancia que se le otorga al éxito o a la perfección. Por contra, acceptar que somos imperfectos, que cabe la posibilidad de que no consigamos todo lo que nos proponemos de la manera que deseamos y que ello no es una catátrofe natural, puede estar más ligado a un mayor nivel de bienestar y autosatisfacción. Ello es debido a que soltamos el lastre de la autopresión y autoexigencia que tanto malestar nos causan.

Para finalizar, veamos una serie de prácticas que pueden acercarnos a ese tipo de sensación emocional positiva:

  1. Disfruta plenamente de los pequeños placeres vitales y de todo aquello que ya has conseguido.
  2. Reflexiona sobre el uso que haces de las redes sociales.
  3. Plantéate algún nuevo reto -y no cincuenta- de manera realista y flexible, pensando en posibles alternativas y adaptado a tus circunstancias personales.
  4. Aplica un razonamiento racional de las situaciones cotidianas identificando y cuestionando las distorsiones cognitivas que puedan aparecer.
  5. Perdónate y perdona a los demás por los errores cometidos. Las equivocaciones son experiencias fantásticas de aprendizaje.
  6. No pospongas en exceso tus iniciativas, elabora planes de acción realistas manteniendo un afrontamiento activo ante posibles adversidades.
  7. Normaliza y acepta la ocurrencia de sensaciones menos agradables, entendiendo que son naturales y necesarias (aburrimiento, frustración, decepción, incertidumbre, etc.)

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