¿Qué persona no se ha hecho la pregunta que se indica en el título de este artículo en algún momento de su vida? De forma honesta, podría intuirse que la mayor parte de lectores responderían presumiblemente de forma afirmativa a esta cuestión. Pero, más allá de plantearse tal interrogante de forma puntual, ¿podría tener implicaciones emocionales el hecho de tomar como hábito cuestionarse continuamente con este tipo de inquietud?
¿Qué entendemos por «normal»?
En primer lugar, un aspecto que cabría tener en consideración haría referencia a definir de una forma racional y realista el concepto «normal», y ello no parece una tarea sencilla debido a la connotación tan subjetiva que entraña este término. Así, puede establecerse un consenso sobre la idea de que aquello que es normal para un individuo puede no serlo para otro. Por ejemplo, la directora de una gran multinacional puede tomar como normal recibir quince llamadas cada hora, sin embargo un ganadero que se ocupa de una granja familiar en las afueras de la ciudad podría evaluar el mismo hecho de una forma totalmente distinta. De esta idea, se pretende extraer que no existe ningún imperativo, directriz o ley que establezcan objetivamente y universalmente qué es normal y qué no. Cada persona, en base a sus experiencias personales, su trayectoria vital, el tipo de relaciones interpersonales que posee, su temperamento y otras cuestiones más internas, configura su funcionamiento general, así como el tipo de razonamiento e interpretación cognitiva de las situaciones que va afrontando a diario, y todo este conjunto es inevitablemente subjetivo y particular. Por ello, quizá un adjetivo más acorde podría ser utilizar habitual o frecuente en lugar de normal, ya que dichas propuestas no presentan un significado tan peyorativo como puede atribuirse al último; parece ser que aquello «no normal» implícitamente lo solemos vincular con adjetivos como «negativo», «perjudicial», «problemático», etc.
Otro de los aspectos a tener en cuenta, es la frecuencia con la que nos planteamos este tipo de duda. Como se comentaba en líneas precedentes, un exceso de autocuestionamiento, puede derivar en un perfil excesivamente autocrítico, perfeccionista o autoexigente. Y ello, presenta una correlación muy estrecha con la existencia de malestar emocional, debido a que, en primera instancia, esta clase de razonamientos irracionales conducen al individuo a realizar sesgos en su percepción de la realidad al atender exclusivamente o prioritariamente a los aspectos negativos (o mejorables) y dejando de considerar aquellos elementos neutros o positivos del hecho en sí. De esta forma, se va interiorizando un estilo de pensamiento escasamente realista, donde las conclusiones o ideas internas tienden a estar distorsionadas.
Síntomas primarios y síntomas secundarios
Segun lo propuesto por Albert Ellis, en su trabajo principal sobre la TREC (Terapia Racional Emotiva Conductual) existe una diferenciación entre dos tipos de síntomas emocionales causantes de malestar psicológico: los síntomas primarios y los síntomas secundarios. En el primer caso, se recogerían las emociones perturbadoras derivadas de la interpretación cognitiva de una situación concreta; en el segundo caso el malestar vendría provocado por una reacción de crítica, preocupación o rabia ante la constatación del estado de malestar psicológico original. Es decir, un síntoma primario podría ser «me siento triste porque pienso que no voy a encontrar un trabajo que me satisfaga» y un síntoma secundario sería «me siento angustiada o frustrada por sentirme triste al pensar que no voy a encontrar un trabajo que me satisfaga». Como puede observarse, los síntomas secundarios son fruto de la autocrítica, ya que la propia autoexigencia nos impide darnos permiso para experimentar malestar emocional bajo la creencia subyacente e irracional «no tengo derecho o no debo sentirme mal». Así, una parte muy importante del trabajo psicológico reside en potenciar la capacidad de aceptación de las situaciones adversas para entenderlas como naturales en lugar de considerarlas problemáticas o inadecuadas.
Orientaciones prácticas
Hasta ahora ha podido constatarse el perjuicio que conlleva realizar este tipo de práctica desadaptativa, pero ¿qué podemos hacer cuando de forma abrupta aparece esa cuestión en nuestra mente?
En primer lugar, cabe aprender a identificar la ocurrencia de tal pregunta de forma que deje de ser un acto automático y pase a ser un hecho consciente. Cuánto más hábiles seamos en llevar al área de la consciencia nuestros pensamientos más fácil va a devenir la capacidad de poder trabajarlos y reconducirlos.
Posteriormente, puede ser útil cuestionar la racionalidad de tal planteamientos realizando una reflexión sustentada en los puntos comentados más arriba: la escasa objetividad que ofrece el concepto «normal», si se está dando la presencia de razonamientos basados en la autocrítica o en un juicio exigente sobre el concepto o las acciones propias, etc. o el nivel de compasión, comprensión y aceptación de los propios sentimientos como naturales y necesarios (aunque sean adversos). La aplicación de esta combinación de estrategias en su conjunto, puede acercarnos a disminuir esta tendencia del ser humano tan aparentemente arraigada en nuestra psique.
Bibliografía de referencia
- Ellis A. (2013). Cómo controlar la ansiedad antes de que le controle a usted. Ed: Paidós Ibérica: Barcelona.