Autora: Laura García (psicopedagoga en Elisabet Rodríguez – Psicologia i Psicopedagogia, Granollers).
El concepto de Inteligencia Emocional
En ocasiones, puede ser familiar la sensación de que las propias emociones se escapan de las manos. Puede ser complejo identificarlas y ponerles nombre, regularlas e incluso, determinar qué es lo que las desencadena exactamente.
Lo cierto es que varias décadas atrás, eran escasas las escuelas que priorizasen este tipo de competencia de gestión emocional. Más recientemente, diversos estudios que se han realizado en el área de neuropsicología, han ido determinando de qué manera las emociones influyen en el día a día del ser humano, así como la relación que estas mantienen con el entorno personal y la forma en que este se percibe.
Según Daniel Goleman (1995) investigador, periodista y difusor del concepto de inteligencia emocional, se describe este concepto como: “La capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los otros, de motivarnos y de manejar bien nuestras emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones. Es la capacidad de aprovechar las emociones de la mejor manera y combinarlas con razonamiento para llegar a buen puerto.” Otros autores y estudios confirman que, a mayor desarrollo emocional, mayores habilidades sociales, menor número de conflictos y conductas disruptivas, mejor convivencia escolar, mejor rendimiento académico y, en definitiva, mejor desarrollo integral del niño.
No se trata de estar siempre feliz, no se trata de estar siempre sonriendo, aunque la experiencia interna sea de malestar intenso; se trata de saber gestionar todas las emociones que se presentan en la propia vida para sacarles el máximo partido. Para ello, es necesario entender desde bien pequeños, cuáles son las emociones que existen, qué provocan en el propio cuerpo y qué sensaciones y sentimientos generan para aprender a identificarlas lo más tempranamente posible.
¿Qué factores desencadenan la respuesta emocional?
Por una parte, esta puede ser derivada de estímulos externos: como por ejemplo cuando alguien ocupa la plaza de aparcamiento justo cuando otra persona va a aparcar o cuando un niño insulta a otro. Hasta los 6 años, prácticamente casi todos los estímulos que provocan las emociones son externos.
Por otro lado también pueden actuar de precipitantes los estímulos internos. Según lo apuntado por Begoña Ibarrola, «cuando tienen más de 6, cuanto mayores son, hay una parte de ellos que les provoca emociones y se las provocan ellos solos: pensamientos y recuerdos. A partir de los 7-8 años, nuestros hijos adolescentes, y nosotros adultos también, a veces nos comemos el coco literalmente y nos provocamos emociones nosotros solitos”. Además, aclara que las emociones ya no son provocadas exclusivamente por lo que sucede, sino por la interpretación que se realiza de tales situaciones, un fenómeno muy subjetivo y personal. Por eso, cuando cumplen una determinada edad puede aparecer la sensación de no saber qué les pasa, porque cuando sus recuerdos y pensamientos empiezan a provocar emociones, se entra en un terreno desconocido.
Los niños como tal, no nacen sabiendo el nombre de las emociones, pero si nacen con la predisposición genética a sentirlas y exteriorizarlas. Es por ello que a un niño en plena rabieta le cuesta aceptar que aquello que quiere no se dará. En realidad, podría decirse que ese niño siente emociones tales como rabia, frustración y enfado al mismo tiempo. Además, cabe añadir, que los pequeños de la casa no tienen el vocabulario necesario para expresar realmente lo que sienten, algunos incluso teniéndolo posiblemente no serían capaces dada su complejidad. ¿Cómo pueden entonces ayudar los adultos en este proceso tan complejo y largo, pero tan y tan necesario en los primeros años de vida?

Aspectos sobre Inteligencia Emocional a tener en cuenta como educadores
- Es un proceso vivo, complejo y continuo que requiere de tiempo, paciencia y mucho amor.
- Es necesario ponerle nombre a lo que, como adultos, puede deducirse que están sintiendo los hijos: «Sé que estás enfadado, me lo dicen tus manos que están muy apretadas, quizás también sientes frustración y por eso lloras…». Se trata de ir ayudando a su auto progreso aprovechando los momentos de más caos para ello. En estos momentos, los pequeños pueden ser grandes maestros.
- Reviste una relevancia elevada enseñar que todas las emociones están permitidas: se puede llorar, reír, enfadarse, etc. Todas ellas son válidas y todas ellas ayudan a crecer como personas.
- Es útil evitar decirle a un niño lo que no tiene que hacer en esos momentos para no interferir de manera negativa en sus emociones. Si el niño/a necesita llorar, ofrecer el espacio y el apoyo necesario mientras esto se da hasta que se calme. Algunas veces, por no ver sufrir tanto rato al niño, se le transmite el mensaje de que deje de llorar o de que eso que le ha pasado no es para tanto. Pero como adultos, es una responsabilidad conocer qué ha sentido el pequeño y cómo se le puede ayudar.
- Hay que tener muy presente que las competencias emocionales son un elemento fundamental en el desarrollo integral del niño y, por tanto, tiene especial importancia para la formación de un adulto sano.
- La práctica en educación emocional debe de ser continua, iniciarse en los primeros años de vida y no dejarse nunca.
- Las emociones negativas son inevitables, por lo que es necesario aprender a identificarlas, regularlas y expresarlas de forma apropiada. Las positivas son la base del bienestar subjetivo, por lo que se propone trabajar la educación emocional en las escuelas como objetivo para conseguir dicho bienestar.
Orientaciones concretas para fomentar una gestión emocional eficaz en la infancia
1. Enseñarle a nombrar de forma concreta e identificar adecuadamente las emociones.
2. Enseñarle a conocerse y a quererse. Una buena autoestima es necesaria para crecer feliz. “La autoestima se empieza a construir a partir de los 6 años. Hasta entonces, voy sumando todo lo que los adultos hablan de mí (eres un patoso, eres tal… ese soy yo)», apunta como ejemplo Ibarrola.
3. Enseñarle a tolerar la frustración. La autora dice que en este sentido cada vez está más presente la baja tolerancia a la frustración. “Hay que hacerles ver que todo no depende de nosotros, que no podemos elegir todo, hay que aguantarse. Muchos niños no están acostumbrados a escuchar que todo no lo pueden controlar. Y muchos creen que el esfuerzo garantiza el éxito. Pues no. El esfuerzo garantiza la satisfacción, nada más”, explica la experta.
4. Enseñarle a regular sus emociones. No puedes expresar las emociones de cualquier manera, en cualquier lugar.
5. Enseñarle a entrar en calma. “La sociedad está normalizando el estrés y las prisas. El ser humano tiene que actuar y después relajarse, no podemos actuar, actuar y actuar”.
6. Enseñarle a pensar en positivo. Si tú le enseñas a ser optimista y a buscar soluciones frente a los problemas, cuando tenga un problema va a ver cómo solucionarlo, no se va a quedar dándole vueltas al problema”.
7. Enseñarle a ser empático. Previene la violencia y es una de las habilidades más valoradas en entornos sociales y laborales.
8. Enseñarle a ser asertivo. Habilidad para expresar lo que quiera y piense sin herir los sentimientos de los demás.
Una reflexión final
La educación emocional no está incluida en el currículum académico ordinario ni es imprescindible en la formación del profesorado, a pesar de que sabemos que problemas en esta área traen muchas veces como consecuencia problemas de rendimiento y de conducta en los alumnos.
Por ello es fundamental profundizar y trabajar en este aspecto y en la formación de alumnos y maestros en educación emocional. La educación emocional no aparece de manera explícita en el currículum, aunque sí en el currículum oculto. Con la LOGSE (1990) se introdujo como eje transversal y después como competencia básica con la LOE (2006).
Como resultado de esta falta de educación emocional, además, los alumnos pueden presentar comportamientos de riesgo, ansiedad, depresión, violencia, comportamientos disruptivos, etc. Es decir, trabajar en este ámbito es una necesidad dentro de la educación para que los alumnos puedan avanzar en su aprendizaje y disfrutar de un buen desarrollo psicológico, emocional y social.
Si un niño o niña no está bien a nivel emocional, psicológico y social, no será efectivo enseñarles contenidos académicos, puesto que no atenderán, ni disfrutarán ni aprenderán. Pero la escuela, siguiendo el currículum oficial, se ha centrado más en la parte cognitiva del alumno hasta ahora, descuidando la parte afectiva emocional, tanto o más importante que la primera, especialmente en alumnos de infantil y primaria, que resultan los años más decisivos e importantes para su desarrollo como personas felices y equilibradas.
Referencias bibliográficas
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Bisquerra, R. (2011). Educación emocional. Propuestas para educadores y familias. Bilbao: Desclée de Brower.
Ibarrola, B. Aprendemos juntos. Vídeos BBVA. https://youtu.be/-9GnFyrLAHA
Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Editorial Kairós SA.
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Nages, J. L. S., Moreno, L. A., Chica, O. D., Pérez, E. E. y Martínez, A. R. (2016). Inteligencia Emocional y Bienestar II: reflexiones, experiencias profesionales e investigaciones.
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