LA FRUSTRACIÓN EN LA ETAPA INFANTIL, ¿CÓMO GESTIONARLA?

Autora: Laura García (psicopedagoga en Elisabet Rodríguez – Psicologia i Psicopedagogia, Granollers).

¿Qué es la frustración y cómo se manifiesta?

La frustración es un sentimiento innato en las personas, en realidad existe desde el nacimiento. Cuando a un bebé le apetece comer y no le dan su biberón, muestra rechazo ante la situación y llora para exteriorizar su frustración sobre lo que está pasando. La frustración se puede definir como un sentimiento que se genera frente a una expectativa generada que finalmente no se acaba de materializar y es extrapolable tanto a grandes metas personales como a pequeños objetivos planteados. 

Normalmente, las personas que exteriorizan frustración muestran otras emociones como son la ira, la ansiedad o la disforia. La clave para dominarla radica en saber distinguir el ideal de la expectativa generada de la realidad, ejerciendo una actitud adaptativa ante cirscunstancias cambiantes e imprevisibles que las situaciones vitales conllevan de forma inevitable.

Puede decirse que la frustración depende de la percpeción cognitiva del individuo y de cómo este es capaz de gestionar estas situaciones. Así, cabe tener en cuenta que la frustración no depende de factores externos a la persona, si no que es generada de forma interna. 

La frustración es un sentimiento pasajero que, como tal, se puede revertir y controlar. Para ello, en primer lugar, la persona debe identificar la manera que tiene de reaccionar habitual ante tales situaciones, determinando qué conductas y actitudes ineficaces tiende a emitir, a fin de modificarlas por otras alternativas más adaptativas. Es importante entender, sin embargo, que la frustración es casi instintiva e innata en la persona, por lo que dicho trabajo requerirá mucho esfuerzo personal.  

La frustración en la etapa infantil

Muchas veces, los padres y madres creen que un niño debe nacer aprendido. Comentarios como: «no llores», «no necesitas ganar para ser feliz», «esto ahora no te lo puedo comprar porque lo digo yo y punto…», etc. no ayudan al niño/a a conocerse y gestionarse. En primer lugar, es resencial ponerle nombre desde el primer momento a aquello que sienten, pero para ello es necesario conocer en profundidad al niño/a para saber si lo que está sintiendo es frustración u otro sentimiento.  En los niños, la frustración erróneamente gestionada puede desencadenar en alteración de la conducta en forma de agresiones físicas, por lo que una intervención temprana puede prevenir la aparición de complicaciones futuras en las que se interiorice un comportamiento agresivo como hábito a la hora de afrontar situaciones desagradables.

La efectividad en estos momentos, recae en ayudar al niño/a a poner nombre a lo que siente y acompañar en el momento. Mensajes como: «estás frustrado, cariño, y mamá lo entiende pero no te puedes subir al pupitre porque te puedes hacer daño», pueden ser de utilidad, ya que se está marcando un límite conductual claro y firme, pero está manifestado desde el afecto y la comprensión de lo que está sintiendo el menor. En ese momento, un abrazo para ayudar a canalizar esa frustración puede resultar un elemento que favorezca la vuelta a la calma. Los niños dependen de los adultos y recae en ellos la responsabilidad de que cuando el menor madure sepa gestionar este tipo de situaciones. Por ello, la edad infantil es un muy buen momento para enseñar estrategias que le servirán para toda la trayectoria vital, donde el control de las emociones será un aspecto central en el desarrollo prsonal del indiviuo.

Otra cuestion fundamental reside en considerar que el aprendizaje para tolerar la frustración debe establecerse marcando objetivos realistas y razonables, sin exigir el afrontamiento a situaciones que, por su edad o madurez, no es capaz de superar. 

Además, cabe distinguir la intolerancia de la frustración de una respuesta natural. Por ejemplo, si un niño ha perdido en un juego o sus papás no le han comprado lo que quería, etc., y este expresa malestar y su reacción no es desproporcionada, ésta se puede considerar razonable. No lo son reacciones desreguladas como pataletas, gritos, insultos, etc., en definitiva, respuestas de agresividad. Aunque en algunas etapas del desarrollo puede pensarse que estas últimas conductas pueden estar dentro de la normalidad, hay que trabajarlas para que vayan disminuyendo y eliminándose con el tiempo. Si esto no ocurre y van a más, cabe planterase buscar ayuda profesional. 

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Estrategias para fomentar la tolerancia a la frutración

En primer lugar, es un aspecto central entender que la gestión de la frustración puede ser una gran oportunidad de aprendizaje, y no un fenómeno molesto o problemático que se debe evitar. Es un proceso natural por el cual debe pasar cualquier niño, como consecuencia de su camino a la edad adulta. La mejor época para aprenderlo es en la infancia, en las primeras experiencias que puedan aparecer.

Por medio de unas pautas básicas se puede ayudar a los hijos e hijas a que asuman la frustración como algo funcional y natural en la vida. Si intenta hacer un dibujo y no le sale, por ejemplo, en lugar de centrar la atención en la imposibilidad de hacer el dibujo perfecto, es más efectivo guiarle para hacerle entender que obtener un resultado distinto al esperado no es un hecho catastrófico y que, en este caso, ser capaz de valorar el esfuerzo invertido también es importante.

Algunas técnicas concretas

En concreto, las siguientes orientaciones pueden ser de utilidad a la hora de enseñar a los peques una manera efectiva de aceptar y manejar la frustración de forma más adecuada:

  1. Evitar la sobreprotección y el exceso de permisividad.
  2. Acompañar el proceso. 
  3. Dar ejemplo.
  4. Dejar que se frustre.
  5. Evitar que vea los fracasos como algo negativo.
  6. Educar en el esfuerzo.
  7. Establecer unos objetivos razonables.
  8. Enseñar a ser perseverante.
  9. Reforzar positivamente cuando aplique alguna técnica trabajada. 

A modo de conclusión

La frustración es algo característico del ser humano. Si el adulto parte de la premisa de impedir la experiencia de este sentimiento en los niños, se estará favoreciendo un estilo evitador que con cierta probabilidad puede conducir a los pequeños a sentir infelicidad. Tolerar la frustración implica ser capaz de hacer frente a los problemas que se presentan a lo largo de la vida. Al intentar complacer a los hijos para evitar que se frustren, el resultado es comprometer desfavorablemente un adecuado desarrollo emocional personal.

Cabe recordar, como reflexión final, que la satisfacción y el bienestar personal no se relaciona con no cometer errores o con el hecho de disponer de todo aquello que desea; sino más bien con la capacidad de afrontar dichos errores, aprendiendo de ellos, y de exteriorizar unas emociones concretas en situaciones determinadas con la intensidad adecuada.

Referencias bibliográficas

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http://faros.hsjdbcn.org/es/articulo/consejos-ensenar-tu-hijo-tolerar-frustracion

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