Autora. Carla Carulla, psicóloga infantojuvenil en Elisabet Rodríguez – Psicologia i Psicopedagogia (Granollers).
Con cierta frecuencia se tiende a emplear el uso del término “bipolar” para referirse a los cambios de humor que toda persona puede experimentar a lo largo del día. Quién no ha escuchado frases como: “Este profe es bipolar, un día está bien y al otro nos echa bronca” o “Mi madre es tan bipolar, tiene muchos cambios bruscos de humor”, entre otro tipo de verbalizaciones.
Con esta clase de afirmaciones, se ha ido extendiendo la idea de que los cambios de humor o la labilidad emocional son patológicos; y, a su vez, se ha ido restando importancia a la gravedad y las implicaciones que tiene un trastorno como lo es el trastorno bipolar.
¿En qué consiste exactamente el trastorno bipolar?
El trastorno bipolar es un trastorno mental crónico que se caracteriza por fluctuaciones muy intensas y persistentes del estado de ánimo. Estas variaciones fluctúan desde el polo depresivo hasta el estado maníaco, presentando alteraciones en la emoción, la cognición, la conducta y en los niveles de energía.
Este trastorno afecta a más del 1% de la población mundial, presentando habitualmente un inicio temprano, alrededor de los 20 años; e implicando un deterioro funcional y cognitivo importante que puede producir afectaciones en la calidad de vida de la persona.
¿En qué consisten los episodios maníacos y depresivos que se presentan en un trastorno bipolar?
Para diagnosticar un trastorno bipolar debe haber tenido lugar como mínimo un episodio maníaco o hipomaníaco y un episodio depresivo. Un episodio maníaco sería considerado el polo alto del espectro del estado de ánimo. Este episodio no consiste simplemente en una elevada alegría o estar más activos o habladores de lo habitual. Un episodio maníaco se caracteriza por un estado de ánimo anormalmente y persistentemente elevado, expansivo o irritable. Asimismo, se acompaña de un aumento exagerado de la energía o actividad dirigida a un objetivo y sintomatología, como un nivel de autoestima aumentada o marcados sentimientos de grandeza, disminución de la necesidad de dormir, habla acelerada y excesiva, pensamientos que van a gran velocidad y participación excesiva en actividades con potenciales consecuencias negativas y de peligro como compras excesivas, fiestas, actividad sexual de riesgo o inversiones imprudentes, etc.
Esta sintomatología debe tener una duración de una semana para ser considerada como un episodio maníaco, y 4 días y algo menos de gravedad sintomatológica para ser considerada episodio hipomaníaco.
Por otro lado, el polo bajo definido como el episodio depresivo, no consiste en experimentar simplemente un día de “bajón” o de tristeza; un episodio depresivo consiste en un estado de ánimo depresivo la mayor parte del día y una disminución importante del interés o la capacidad para sentir placer; acompañado de sintomatología como alteraciones en el peso o en el sueño, agitación o retraso psicomotor, fatiga, pérdida de energía, sentimientos de inutilidad excesiva, disminución para la capacidad de concentrarse o tomar decisiones y pensamientos de muerte. Todo lo mencionado debe mantenerse con una duración de un mínimo de dos semanas.

Entonces, ¿qué es la labilidad emocional?
La labilidad emocional se define como la falta de regulación al identificar y expresar las emociones. Así, se presenta un descontrol de los estados emocionales, pudiendo sufrir cambios repentinos y rápidos en el humor. Tal expresión desregulada da lugar a una manifestación emocional exagerada o inadecuada. Algunos síntomas de labilidad emocional pueden ser los estallidos emocionales, cambios bruscos y rápidos por diferentes emociones sin motivo aparente o reacciones emocionales exageradas o fuera de lugar. En este caso, la repercusión que este contraste emocional puede tener en el desempeño de la persona en las distintas áreas vitales es mucho menor que en el trastorno bipolar, ya que el individuo lábil emocionalmente no suele implicarse en situaciones peligrosas o de riesgo vital.
Por todo lo mencionado anteriormente, se pone de manifiesto la diferencia existente entre la labilidad emocional y el trastorno bipolar; no tratándose la labilidad emocional de un trastorno mental. Cierto es que una persona con trastorno bipolar puede mostrar síntomas de labilidad emocional; sin embargo, al contrario no ocurre lo mismo: la presencia de labilidad emocional no explica un trastorno bipolar.
Otras diferencias son que los cambios bruscos en las emociones propios de la labilidad emocional son repentinos y de corta duración; mientras que en un trastorno bipolar los diferentes estados maníacos y depresivos no aparecen a través de un cambio tan repentino y presentan una mayor duración. Finalmente, el trastorno bipolar requiere de un abordaje terapéutico y farmacológico, mientras que la labilidad emocional puede abordarse únicamente desde la terapia.
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